jueves, octubre 27, 2005

En cinco minutos

Hoy, en el curso de radio al que estoy asistiendo, nos han pedido que escribiéramos algo sobre nuestras vidas, en diez líneas, en cinco minutos, para posteriormente contarlo a través del micrófono. Y como no quiero ocultarles cosas ;) , acá lo tienen:

De repente me vi, con diez añitos, en un lugar que desconocía, rodeada de gente que desconocía. Claro que tuve el apoyo incondicional de mis padres y mi hermana, que estaban en la misma situación que yo, pero a pesar de la piña que formamos los cuatro, fueron tiempos difíciles y sobre todo, raros.
Diez años después de aquello, volví a la tierra patria, a lugares que conocía muy bien, a rodearme de gente que conocía muy bien: mi gente. Pasé allí sólo un mes, pero fue un mes difícil y sobre todo, raro. Raro por la mezcla de sentimientos, raro por sentirme en casa, pero como si aquella ya no fuera mi casa. Era distinta a como la recordaba.
¿Tendré que llegar a la conclusión de que, esté donde esté y sea cuando sea, serán tiempos raros?

domingo, octubre 09, 2005

Félix Albo

Era un HOMBRE bajito, regordete, con barba (con pinta de talibán, según él mismo se describió) y de ojos dulces (¿un talibán de ojos dulces?). Llegó con su carita de niño bueno, aunque dejaba entrever una pizca de picardía y la sospecha de que, en alguna que otra ocasión, habría dado dolores de cabeza a más de uno con sus travesuras.
Llegó cantando, con voz a sol y Mediterráneo.
Llegó también con una caja mágica, invisible y sin fondo, de donde sacó una rana, un sapo, un lagarto, un gato, un perro (no sé cómo, pero consiguió que dentro de la caja se llevaran bien y se olvidaran de la cena... era una caja mágica, ya he dicho)... También nos llenó la sala de avioncitos de papel, que escaparon volando de su escondite e hicieron mil travesuras ante nuestros ojos; incluso uno se enredó en mi pelo. Y aún más, convirtió el aula en sala de baile (casi podía oírse la música) y en cómplice de un primer amor de cuento que evocó otros amores, también de cuento.
Y llegó la hora y tuvo que irse.
Llegó, cantó, contó y se fue. Y dejó, escondidas en el aire, entre aviones de papel, estas ganas de escribir sin saber por qué.