miércoles, marzo 19, 2008

Deducciones

En aquella época, solía divertirme intentando adivinar a qué se dedicaba la gente que veía, los desconocidos con los que compartía espacio en un momento determinado, una mirada fugaz o un fortuito tropiezo en plena calle. Me preguntaba cuáles serían sus hobbies, qué les preocuparía, en qué estarían pensando. Y mis análisis, por supuesto, confirmaban mis propias interpretaciones y salía orgulloso de mí, de mi capacidad deductiva y de mi atención al detalle. Siempre creí que me había equivocado de oficio, que desperdiciaba mis grandes dotes detectivescas en la oficina de correos.

Sea como fuere, sin duda aquél era un buen ejercicio para mantener viva la imaginación. No sé cuándo, ni por qué, pero dejé de hacerlo.

Una tarde, al entrar en la cafetería de siempre, se activaron mis sensores. Una hermosa melena rubia que caía sobre los hombros, el porte elegante… quedé fascinado. Estaba sentada en la barra, de espaldas a la puerta, de donde no pude moverme por unos segundos. Llevaba un traje gris, impecable. Seguramente había hecho un alto en su ardua jornada laboral para tomarse un café. Seguramente, era la primera vez en mucho tiempo que podía darse un respiro (eso explicaría que no la hubiera visto antes por allí).

Deduje que trabajaba en el despacho de abogados de la esquina, no sé por qué. En realidad… tenía toda la pinta de ser una abogada inteligente e implacable, de esas mujeres tan exitosas en su vida laboral que dejan un poco de lado el ámbito personal, hasta que…

Nunca, nunca es demasiado tarde, me dije. Y desperté de mi trance, como si me hubieran pinchado con un alfiler.

Cuando estaba casi llegando a su lado, oí al camarero preguntarle: ¿y… cómo va ese caso?

Di media vuelta. No sé cómo pero ya estaba otra vez junto a la puerta. Lo sabía… es abogada. Y además, el camarero la conoce, así que seguro que trabaja en el despacho de la esquina… Eres grande… eres muy grande, Carlitos. Y ahora, adelante, conquístala, demuéstrale que aún no es tarde para enamorarse…

Me acerqué a ella, con seguridad… pero unos nervios… Me senté a su lado, pero no la miré, cogí el periódico que estaba sobre la barra y me fui a la sección de negocios… ¡¡Qué bien olía!!

El camarero me dijo: -¿lo de siempre?; -Lo de siempre, contesté con un guiño.

Y sentí su mirada… ¡la exitosa abogada de melena rubia y traje impecable estaba mirándome!

Me giré suavemente para iniciar el contacto.

Sonrió, se levantó y me dio un abrazo.

Habíamos ido juntos al colegio.

Se llamaba... ¡ Raúl !.